Leyendas urbanas de la Grecia tardía hablan de mujeres guerreras que cortaban su seno derecho para hacerse más efectivas en el uso del arco. Trascendidas a nuestros días como Amazonas (según los intentos de traducción: sin seno), quizás hayan sido ellas las primeras en prescindir de este tan femenino atributo para ¿sobrevivir?
La cosa es que cada día nos abundan más las amazonas en este mundo, y a mí, con dos muy cercanas en sangre y cariño, no dejan de preocuparme las estadísticas y los azares de la herencia.
La primera fue mi abuela, Sahara Santos “Manduley”- como le decía papi siempre por ese carácter fiero suyo de madraza y generala.
Abuela Sahara perdió su seno muy joven, junto a unas veintitantas cadenas ganglionares que le acarrearon la intermitencia de una linfangitis eterna en el hemisferio del vacío. Luego también perdió a mi abuelo, su primer y único novio, el príncipe que le adivinaba la sed en la sala de la casa y no la dejaba ni levantarse a buscar el vaso en la cocina.
Sin Justín y sin su seno crió a dos hijos, dos tremendos hijos (no porque sean mi padre y mi tía) y maduró a tantos más desde esa otra maternidad que es el magisterio cuando se ejerce bien.
La recuerdo en el último cuartito de la casona, dando sus repasos de Biología con el vozarrón de tormenta y embeleso, para sacar a flote la economía de una antojada familia de intelectuales. La recuerdo despertando en las madrugadas, colando el café, amasándonos pudines, corriendo a la iglesia de San José para repartir el desayuno de los viejitos pobres y fregarles los platos.
La recuerdo siempre trabajando, luchando, y linda, linda con un solo seno. Hasta sus últimos días se bañaba sola, al calor de la tarde, y se demoraba horas, como el que hace un ritual. Muchas veces alcancé a verle la gran prótesis porque, aunque yo tristemente no les haya heredado talla, las Colunga-Santos se mandan una “pechonalidad” de respeto.
Esas mismas prótesis de silicona, al ella partir, fueron a dar a manos de mi otra amazona familiar- esta por parte de madre.
Mi tía Elizabeth, otra “ranqueá” de la vida. Médico de familia y sobre todo, médico de mi familia, ha cargado lo indecible, lo in-cargable, lo insoportable, por el simple antojo de haberse casado con mi tío Rey.
Mulatísima y de las de Wilson, un día se descubrió una bolita pequeña y corrió con sus colegas. La operación fue planificada enseguida, en la guardia de un buen amigo, pero nos pasó lo que nunca pensamos que pasaría… era maligno.
Jamás la vi llorar, y de esta operación sí me acuerdo porque ya era nacida y crecida. Tengo fotos de cumpleaños donde está a mi lado, con su cabeza al descubierto, sin el más mínimo intento de barajar la calvicie de los citostáticos.
Nos hemos bañado juntas en la playa, con traje de baño ambas, porque si alguien es leguleya, presumida y pispireta… esa es mi tía Elizabeth. Y también he visto la herida que le surca el pecho; no sé, “miti” es así de franca, de natural.
Una vez, espiando una conversación con mi madre, le oí confesiones de grande. Cuando le sobrevino la menopausia prematura, comenzó a salir de madrugada a caminar Garrido, para llorar sola, para aliviarse los fuegos del cuerpo y el alma sin preocupar a nadie.
Mi tía sigue siendo, de todas mis tías, la que más se ríe, la que más baila, la que más trabaja, la que más ayuda a los demás y (sin que nadie se entere) la más bonita.
¿Será que de verdad, con un seno de menos, las mujeres se vuelven guerreras?
No sé si es verdad, eso, pero es seguro para mí que ese par de amazonas, con tiernas flechas, se te entró en el lugar más preciso del pecho. ¡Qué puntería!
Así mismo, Mila, son mis dos heroínas (mi abu y mi tía Ely) y mi orgullo por ellas no me cabe en el pecho.
Qué bello mensaje, Tunie. No sabía que en tu familia tuvieras esa situación tan recurrente. Sabes, mi bisabuela ( la mamá de mamy) murió de cáncer de seno. Y es una de las razones por las que me interesa tanto este tema.
Entonces es algo más que tenemos en común, Mire. Para mí el cáncer de mamas es algo muy serio y muy cercano, porque lo he vivido, como leíste, por partida doble. Un beso.
las mujeres son guerreras independientemente de sus senos… lo que cuando algo así les sucede es cuando sacan la entereza por encima de todo…
Julio, gracias por llegarte a la nube y dejarle letras. Creo, como tú, que las mujeres somos guerreras natas, pero no lo publico así por «modestia» jajajaja. Sí viví con tremenda gratitud la entereza de estas dos féminas que la suerte me puso en la familia. Espero verte otra vez. La Nube.