Piquete latinoamericano

Piquete es la palabra que usa el cubano- en su más llano y autóctono español- para definir una cofradía súbita entre seres humanos.

No es el grupo habitual de amigos de cabecera, ese que los años y los tantos palos de la vida han hecho apéndice de tus mejores o peores momentos. Sin embargo, por arte de una magia inexplicable, irrepetible, un par de horas o días, un tiempo físicamente breve, se ahonda, se ensancha, y de repente le caben dentro tantos buenos ratos, que un extraño se te vuelve hermano para toda la vida.

Los piquetes son así, un milagro ajeno a invocaciones o fórmulas. Sucede que se junta coyunturalmente un poco de gente buena y sin que nadie señale o aconseje lo conveniente de llevarse bien, de andar juntos, de compartir o hasta quererse mientras dura el tiempo que los une, ocurre el sortilegio del entendimiento y el nuevo espacio, amasado entre todos, deja de ser un lugar lejano y carente de significaciones para convertirse en hogar emergente.

Es complicado buscar un sinónimo para el concepto en castellano universal, quizás porque es un fenómeno muy nuestro. Nadie como el cubano- si de provincia, más- tiene el cerrojo del alma tan leve. Ajenos a prudencias interpersonales, a distancias y formalismos en el trato con cualquier otro ciudadano del mundo al que sabemos hermano, nos es muy difícil no hacer piquete doquiera que vamos.

Acá en La Habana, por donde alivia esta nube sus cargas laborales desde hace tres semanas, ha nacido uno de los buenos. Un diplomado internacional de cultura latinoamericana nos ha juntado a diez en cuadro apretado, como lo soñara el Maestro, y tanto sentimiento se me ha aglomerado de golpe, tanta gente linda, tantos instantes inolvidables, que sospecho que este será un post agotador para cualquiera que no sea nosotros, así que ofrezco sinceras disculpas desde el párrafo de arrancada.

Como ya he previsto para más luego la parte anecdótica (las escenas nuestroamericanas que hemos protagonizado), me dedico en estas líneas a dibujar el piquete en sí, cada uno de sus miembros, cada uno de mis nuevos amigos.

La primera de todos tiene que ser Kattia, con doble té, como indica su cédula costarricense. Esta tica tiene una personalidad tan amplia como su fisonomía, así que es un poquito imposible no advertirla cuando llega y lo revuelve todo.

Desde el primer día le limpiamos la lengua de los “usted” con que nos interpelaba, fue lo único de “outsider” que trajo en el equipaje porque cuando se la ve bailando guaguancó o salsa, uno adivina que le tocaba nacer cubana.

Sus erres, que suenan como ewres, la convierten en centro de atención y entre bromas hemos terminado llamándola Costa Wrica.

Sorprende su avidez por el café, que toma en desayuno, almuerzo y comida a dos tazas, sin azúcar (dulzura le sobra a ella) y rebajándolo con agua fría cuando humea. Enternece su sensibilidad extrema, que azuzada por la luna de esta Isla caribeña puede alumbrar correos-poema al novio distante o que en medio del tedio de una clase la lleva a impregnar el aula de papelitos donde escribe “te quiero  mucho”.

Kattia puede irrumpir la conferencia más circunspecta para tararear instintivamente, casi sin darse cuenta, como quien piensa en voz alta: “anda sin cabeza, anda sin cabeza”; y puede ser también la mejor enfermera voluntaria y renunciar a su sueño por velar el de otro, sobre todo si ese otro es el Juanga.

Su carácter extrovertidísimo, franco, alegre, le granjea buenas voluntades por doquier; incluso el inicialmente serio Ricardo, camarero del motel, sucumbió a sus encantos y bromas para pasar a ser “el Richard” y alcanzarle siempre papitas o chicharritas de más.

Ante la pregunta sonora de cómo está la choza, nunca duda en responder desde su sonrisa pícara: “limpia, pues”. Ante las provocaciones del Juanga, siempre advierte: “no respondo”. Y una noche, ante unas manos frescas y propasadas a la salida del Bretch, no dudó en soltar un sopapo que, incluso a la zurda, neutralizó a su contrincante.

Disculpen que de Kattia escriba tanto, quizás es que hemos compartido hasta los más íntimo (somos vecinas por parte del baño), o quizás es que Katty es mucha Katty.

Otro pintoresco es Abraham, el eslabón perdido, mexicano de “wei”, “pedo” y “chingón” repetido en cada unidad lógico-sintagmática. Alterna la más manguilarga de las camisas con el más short de los shores y un par de botas cómicas que acá llamamos popis, al punto que su sobrenombre no pudo ser otro que Cheíto.

Aparece en el aula a media mañana, zombie, y ocupa el primer pupitre con el que tropieza. Acto seguido comienza a estregar sus ojos con ambos puños, con fruición sostenida, al punto casi de desentornillárselos y cuando al fin despierta, se mueve al fondo del aula, desde donde levanta la mano y habla, y habla, y habla, para no quedarse dormido, nuevamente.

Pinche cabrón, verdadero incendiario nato capaz de prender fuego en cuarto ajeno, sin el más mínimo asomo de alarma, al despejar la ceniza del puro que compró por solo un peso cubano en la tienducha de la esquina.

Odiador incansable de Maná, Camila, Luis Fonsi y cualquier otro famoso empaquetado de su tierra que solo logran provocarle urticaria gustativa cada vez que invaden pantalla o radio.

Militante extramuro de su partido revolucionario que ni siquiera en momentos de fiesta se permite el descanso, porque a este país lo mandaron para recopilar esencias y así se nos pierde por doquier, hablando con los más pintorescos personajes, buscando señas diversas y contrapuestas con las cuales construir el informe acerca de la sociedad cubana que le esperan en casa.

De lo más sureño de este zurdo continente nos cayó otro miembro: Santiago, o debería decir el nombre con el cual lo re-bautizamos: Santi Corleoni Pío. Santi es la mafia, el más popular del piquete con su acento, sus Cho (Yo), Acher (ayer) y la desvergüenza de reírse de como suenan nuestras “muchachas”.

Argentino distraído y bohemio, con el perdón de la redundancia, y errante espíritu de contradicción que adoro porque a toda certeza pone peros y porqués y cómos con los que te hace ver las cosas de maneras en que nunca miraste.

Santi, el colmo del despiste, a quien se le pierden las croquetitas en la mesa después de haberse negado tres veces, como Judas, a la propuesta de comérselas. Conquistador infatigable que baja cada tarde-noche a seducir a las carpeteras (a la que esté de turno), y dispara a discreción a las vecinitas gringas (todo a una vez), con la esperanza de completar con amores la aventura de venir por vez primera a Cuba.

El muy boludo es tan recto a la zurda que se deja crecer la barba para parecerse a Fidel Castro y un día me abucheó en plena clase por llevar una banderita inglesa de 5 × 3 centímetros en mi camiseta (ciertas Malvinas le duelen muy personalmente).

De él jamás olvidaremos sus mañas para mimificar títulos de películas, el vómito propinado a una ancianita a bordo de en un P4, luego de una borrachera de tabaco de a peso y el beso triunfal que finalmente le regaló Cuba de recuerdo, una noche de reyes inolvidable. Él, por su parte, se lleva a casa una tarjeta de abastecimientos que avienta en la cara de todos diciendo: “cha (ya) el estado cubano me ha reconocido acá”.

De lo más céntrico de la Patria Grande tenemos a Bismark, que fue Nixon los dos primeros días por obra y gracia del ingenio de Katty y de su enrevesado nombre. Este ecuatoriano ocurrentísimo  pone la nota de humor cuando menos se la espera, adivinando el pañuelito perdido del mago del malecón en cierta choza o advirtiéndote que traes en el rostro dos huequitos.

En buen cubano, nadie lo calcula, tras un rostro bañado en la seriedad de unos 30 años se esconde “la candela”. Milita siempre en el cuerpo de baile, con gusto y sin necesidad de arrastrarle y se ha encargado de llevarse a casa toda la música cubana posible, quien sabe si para lucirse luego allá.

Aun así, lo hemos descubierto también en su rol de docente, profesión que adora y que se le da de maravillas a juzgar por lo que vimos aquel día en que hizo de ayudante al profe de análisis del discurso. Bismarck es una buena mezcla entre juicio y picardía.

Leonel llegó para ser el magnate, el padrino, el papá pitufo de la tropa, y por supuesto, el “paisita” de la Katty. Su “pequeña” diferencia generacional no le ha impedido fiestar como el que más junto a nosotros y embromar constantemente a todos, con sus chistes mordaces y sus trompones en la espalda o el hombro, que son como un gesto para descargar la alegría.

Nica de ardores por Cuba y sus hermosas mujeres, fotógrafo insignia de la delegación del Costillar que se aplaca el sueño propio con agua fría para sorprender en clases, con su flash, a los otros intermitentemente de pesca.

Su habitación, donde le ubicaron solo para que nadie le molestara, terminó siendo el cuarto de las fiestas y ni mudando de piso logró quitarse de arriba esta roya que somos cuando nos juntamos.

La Cuba provinciana ha puesto el resto de la tropa.

De Villa Clara tenemos a la Sandra, mujer de armas tomar, de sonrisa clara como la luz y sonora como tormenta. Sus ademanes de madre de familia combinados con mañas de dominadora absoluta la convierten indudablemente en la matriarca del piquete, la que toma las decisiones y dirige el presupuesto.

Es la encargada de negociar con los almendrones el precio del viaje, mientras manda a callar a los foráneos para que el acento no conspire en contra de la oferta. Mas con la misma alma fiera es capaz también de acompañar a Katty a misa, de cuidar la fiebre de Juanga y de guardarle la comida a Leonel para cuando regrese en la madrugada.

En el corte final de la emulación de “lo peor” del piquete, por terrible y por abusiva en sus chistes y maldades, la declaro primer lugar, pese a la reñida competencia.

Compartiendo habitación con Sandra está Leslie, cienfueguera dulce, de mañas sutiles y presencia leve. Mujer tan alta de cuerpo como de alma, se la conoce por su record en “marcamiento” de tarjeta propia y sigilo en los artes del amor telefónico.

Efusiva donadora de pepinos a la hora de comida, dormidora temprana para el aguante del equipo y de ojos impecablemente maquillados siempre; así recordaré a Leslie cuando sigamos siendo amigas a través de las redes y de la Melissa que tenemos en común.

Cuando la quiera hacer reír, solo le diré: “el Fundi bailando” y ella me replicará con carcajadas.

Del Guaso, la más oriental porción de la Isla, nos llegó el más serio de los miembros: Adriel. Él viene a ser el líder racional del equipo, quien organiza los itinerarios curriculares y apura la llegada inevitablemente tardía luego de solo cuatro horas de sueño y tantas más de fiesta.

A mucha honra guajiro guantanamero, te puede convencer- si lo dejas- de que su provincia es el paraíso soñado. Odia igualmente a Industriales y santiagueros en materia beisbolera, confiesa sin escrúpulos que no le gusta La Habana Vieja de Eusebio y prefiere caminar kilómetros por puro placer.

Un tipo formal y serio, que se altera al ver al Santi con los pies trepados en el pupitre o con la cama echa un nido al lado de la suya tan meticulosamente arreglada. Coquito con mortadela estos dos personajes en un solo cuarto.

Aunque el Papa no haya querido ir a Guantánamo- por fatigas inherentes a la lejanía- nosotros iremos algún día a molestarle y sacarle de quicio, y de paso a comer cucuruchos de coco, chocolate, helado y pizzas.

Last, but certainly not least, está Juan Gabriel, que indistintamente responde por Juanga o por Junior, luego de la temporada febril y su consecuente par de medias.

Él ha sido, sin dudas, el motor del piquete, tan así que su receso por enfermedad impuso descanso a la tropa un fin de semana completo. En las fiestas puede poner a bailar a todo el mundo con su carisma incandescente y un catálogo inacabable de pasillos, guardando siempre sus mejores energías para la Katty, a quien sofoca sin compasión.

Hiperactivo, de baterías recargables o panelitos solares (a saber!), este chico es todo un personaje. Y aun cuando el profe le diera la palabra al verle alzar el brazo desde su recodo junto a la pared (realmente acomodándose para dormir), sus reflejos son tan rápidos que va y logra inventarse un comentario para salir al paso.

Se le reconoce, además, su labor de docente con el pibe boludo, aunque las lecciones no hayan derivado en resultados concretos de ningún tipo. Se le aconseja no bajar más a chozas sucias, porque ha mostrado ser alérgico a ellas y su boca no le responde muy lindo que digamos.

Y luego de seis cuartillas estoy yo, pensando aun como cerrar este post de manera que resuma sin faltas demasiado imperdonables todo lo que vivimos juntos estos veintitantos días.

¿Qué decirles, chicos? Por ustedes ya no podré volver a escuchar la Choza de Chacho y Chicha o Nossa como quien escucha simplemente una canción. Ya no podré volver a pasar bajo el Habana Libre sin buscarle nudistas en los balcones y el malecón me será un portal que se asoma a los recuerdos.

Cuando alguien diga chancho, ya no pensaré en un cerdo sino en ese juego de cartas certificado en nuestra práctica diaria como deporte de alta peligrosidad, donde se luxan muñecas o se desprenden piercings.

Los tarrones de mate me traerán a la cabeza ese santo grial familiar del cual bebimos todos, instados por Santi y su peculiar forma de brindárnoslo, haciendo como quien llama a un pollo para darle comida.

Nada, sospecho que volver a casa no será ya tanto un retorno, sino otra partida en la cual me separo de mi nueva familia. Sospecho que los voy a extrañar como si nos conociéramos de toda la vida y que voy a vivir ahora más que nunca prendida al Facebook, en busca de los míos regados por todo el continente.

Guarden todos el milagro de estos días de comunión espiritual, guardénme como yo les guardo en mi corazón. La madre pal que no me escriba y un beso grande. Yo.