Entiendo la elección de Abdala para las emociones más primarias de un escolar sencillo. Son versos teatrales donde vibra un Martí casi niño, muy cercano en pasiones e impulsos a esa generación a la cual intenta presentársele, y nada mejor que la proximidad generacional de su verbo más mozo para acercar el héroe a la sensibilidad de quien le principia en lecturas.
También yo hice de Espirta, envuelta en sábanas, en una obra matutina que durante meses ensayamos en horario de merienda y almuerzo; y repetí de memoria aquellos parlamentos encendidos que solo vine a entender unos cuantos años después.
Pero entendí, y me preocupa a veces sentir que algunos no evolucionan, a pesar del paso de los años, de ese primigenio e ingenuo concepto de amor patrio del adolescente Pepe hacia su lección mayor.
Amor a la Patria, pregunta cualquiera a un cubano, y allá va el coro indistinto: “no es el amor ridículo a la tierra, ni a la yerba que pisan nuestras plantas, es el odio invencible a quien la oprime, es el rencor eterno a quien la ataca”.
Amor y odio, dos palabras de semántica demoledora en sentidos opuestos, en una misma frase. Quienes le estudian aseguran que es una de las únicas veces en su vida que este hombre pondrá ambas ideas en comunión, y que muy pronto la vida y sus aldabonazos desterrarán del alma del Apóstol el paralelo de amor a la Patria y odio al opresor.
No se puede olvidar que es un chicuelo de 16 años quien escribe, uno que será, sí, un hombre inmenso, pero que aún forja su carácter y modela su personalidad y anda en elección de sus principios vitales.
Ese mismo muchacho, apenas un año y tanto más tarde, arrastrando grilletes con su figurilla escuálida y filosa, fantasmagóricamente ahogado entre los humos y los polvos de las canteras, comenzó a crecerse hacia un amor sin límites y mucho más poderoso. Allí, en San Lázaro, entre los blancos enceguecedores de la cal, yo le leí por primera vez la certeza de un patriotismo distinto, sereno. Es apenas una línea en medio de la demoledora historia de Lino Figueredo, una oración acaso de ese capítulo séptimo del Presidio Político que nunca he podido leer sin llorar:
“Si yo fuera capaz de maldecir y odiar, yo hubiera odiado y maldecido entonces”
¿Cómo es posible? ¿Cómo en medio de tanta angustia, tanto dolor físico y espiritual inmerecido, tanta vejación, tanto miedo, tanto abandono; cómo no odiar ni maldecir al enemigo? Ah!, un ser superior comenzaba a aflorar entonces de aquellas letras, uno que nos enseñaría a luchar, sí, pero también a amar, a amar tan inmensamente que el amor nos alcanzase para el que nos ama y para el que nos hiere.
La lección cimera llegará finalmente, en la madurez, cabalgando en unos nada sencillos versos que, por suerte, también repetimos desde pequeños, sin tener en cuenta lo mucho que contradicen la cita de Abdala o la tremenda carga humana que los sostiene:
Cultivo una rosa blanca,
En julio como en enero,
Para el amigo sincero
Que me da su mano franca.
Y para el cruel que me arranca
El corazón con que vivo
Cardo ni oruga cultivo:
Cultivo la rosa blanca.
Ni ofensas ni indiferencias (eso es “cardo ni oruga”). Para el que nos agrede y daña, para el ofensor, para el enemigo, también amor, también comprensión, también benevolencia y atención y respeto. El amor es más fuerte, nos salva, depura.
Amemos.
Amén.
Como siempre la Nube dejando alivio en nuestras almas y corazones. Tú mensaje de diálogo y conciliación es siempre bienvenido y una señal inconfundible de tu condición humana.
Alberticus-ticus, mira que yo te quiero, mi hermanito… creo que este es el primer coment tuyo que recibo, y me busta mucho! Gracias por ser parte de mi familia y por la estima de mí que te leo en estas letras. Ya predicaremos con el ejemplo. Un beso.
Siempre que odio y amor compiten, es el amor el que vence.
Pedro Calderón de la Barca (1600-1681)
Una frase muy certera, Estela. Aunque a veces suene cursi decirlo por lo mucho que se repite por ahí, el amor es la fuerza más poderosa del mundo. Para serte recíproca, te devuelvo otra frase, presuntamente de Chaplin, que enlacé hace poco en mi muro de FBK: «El poder es necesario solo cuando intentas hacer algo perjudicial, de otro modo el amor es suficiente para lograr cualquier cosa».
Haciendo abuso de mi poder como administradora, subo el comentario que mi directora, amiga, madre, hermana… (Daicar Pérez Saladrigas) lleva toda la mañana tratando de ponerme. Al final, llegó vía facebook:
Flacucha bella: Como no soy bloguera no me dejan poner “Me gusta” —¿ves como hay gente que no “dejamos hacer”?— sus razones tendrán, pienso yo, conforme como tantas veces… mejor, pienso también, optimista como casi siempre, pues así me “obligan” a comentar por vez primera en este aguacero de ternuras que nos hace llover los ojos. Ojalá seamos cada vez más los que usemos el amor y no el poder, y no los odios, y no los berrinches, y no las diferencias, y no las armas. Y al cruel que intente arrancarnos o amargarnos el corazón, y al que ataque, oprima o tan solo ofenda a la Patria, con amor martiano exigiremos respeto: “hemos peleado como hombres, y a veces como gigantes, para ser libres”… y lo seguiremos haciendo, digo yo.
«Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve…» También tus palabras conmueven y calan nuestros sentimientos María Antonieta. Gracias por la lluvia de alivios que baja de tu nube.
Yudith, si supieras, este que me citas es uno de mis pasajes bíblicos preferidos. De nada nos sirve tener el don de profecía, ni conocer todos los misterios del mundo, ni siquiera poder mover las montañas… sin amor todo eso es baldío, ¿verdad? Gracias por pasarte por la nube y por dejar en ella tan buen recado.