El significado de la Nube

No sé cuándo comencé a dibujarla. Quizás en los márgenes de la adolescencia, cuando la vida me cambió a tormentas con la partida de mi padre.

Siempre la suspendía al borde superior derecho de las hojas de mis cuadernos escolares, siempre la hacía llover con gotitas de grafito, en inconsciente reflejo de desahogo del aburrimiento, las penas, las discrepancias, las pugnas internas.

En los tiempos de universidad alivió con mis trazos en todo tipo de soporte, y se me fue volviendo sello gráfico, tatuaje emocional que los amigos me reconocían y que solía aflorar sobre todo en reuniones infructuosas o clases similares.

Creyéndome madura tras un título y a ella un rezago de infancia, imaginé que la nubecita de mis dibujos se quedaría de recuerdo… pero hasta hoy sigo pintándola copiosa en la agenda de trabajo, porque en reuniones de calidad dudosa, actos sin sustancia, conferencias vacías, el subconsciente se refugia en sus mecanismos de protección que nunca envejecen, según voy entendiendo.

Contagiada de bloguntivitis crónica, fiebre que se esparce en la virtualidad del periodismo cubano, llevo meses acumulando escritos por no encontrar un nombre lo suficientemente mío para lanzarme al intento.

Entonces, un día, alcé vista a mi nube y lo supe. Ella era el nombre perfecto, como en aquella canción de Silvio; ella era la definición justa para el sentimiento que me impulsaba a este proyecto.

Nube de alivio nace, a fines de diciembre, para llover las “incabencias” e in-concordancias editoriales adyacentes a mi oficio de periodista, para exorcisarme la mala maña del ocio y agenciarme una página nueve, toda mía (toda tuya), donde publicar siempre.

Nace esta nube para compartir historias, emociones, insólitos, guiños; para entablar diálogo con los igualmente que se adivina en geografías más o menos cercanas y con la más sagrada urgencia de llover, llover a Cuba por todos los agujeros, tal como la vivo, como la siento… como la amo.